Nos observamos mutuamente, incapaces de articular palabra. El sonido retumbo nuevamente, esta vez más cerca que la anterior, provocándonos temblores de puro miedo, los cuales agitaron nuestra piel. Refugiándome en la fe, agarre a mi acompañante por el hombro obligándole a caminar. Avanzamos poco a poco sin encontrar la salida. Un poco más adelante divise una luz frente a nosotros.
- ¿Fuego quizás?
Apresuré mis pasos, impaciente por saciar mi curiosidad, el anciano que me acompañaba se quedó atrás incapaz de alcanzarme. Disminuí la marcha, dándole un pequeño respiro que le permitiese recuperarse. Pese a su escasa ayuda, siempre es mejor adentrarse acompañado a lo desconocido. Las gotas de agua caían del techo martilleando el suelo con su tétrico resonar. El ruido volvió a escucharse
- ¿Estás seguro de querer adentrarte en las profundidades de esta cueva?
- No…Cada vez menos
- ¿Tenemos otra alternativa?
- Esperar y desear que no se percate de nuestra presencia.
Deje de andar, a veces en la simpleza esta la solución a nuestros problemas. Sin ningún dato sobre este lugar donde estábamos, lo más sensato era dejar transcurrir las horas. Al amanecer nos iríamos como si nada hubiese sucedido regresando sobre nuestros pasos. Me encargue del primer turno de vigilancia por motivos evidentes. Mi acompañante, demasiado fatigado para aguantar una noche en vela, necesitaba descansar.
Se recostó en el suelo, sin nada con lo que arroparse, el frio le provoco temblores. Busqué por los alrededores algo con lo que cubrir su cuerpo, desgraciadamente no encontré nada útil. Regrese, encontré a mi acompañante dormido plácidamente en el lugar donde le deje antes de partir. Aproveche su descanso para saciar mis incertidumbres, adentrándome en la cueva, un hedor a podredumbre atosigo mi nariz, provenía del fondo de la cueva. No logro atemorizarme, continúe avanzando decidido a descubrir su procedencia.
Carlos Flores Muñoz

