miércoles, 14 de junio de 2017

Solos en la oscuridad


Nos observamos mutuamente, incapaces de articular palabra. El sonido retumbo nuevamente, esta vez más cerca que la anterior, provocándonos temblores de puro miedo, los cuales agitaron nuestra piel. Refugiándome en la fe, agarre a mi acompañante por el hombro obligándole a caminar. Avanzamos poco a poco sin encontrar la salida. Un poco más adelante divise una luz frente a nosotros.
- ¿Fuego quizás?
Apresuré mis pasos, impaciente por saciar mi curiosidad, el anciano que me acompañaba se quedó atrás incapaz de alcanzarme. Disminuí la marcha, dándole un pequeño respiro que le permitiese recuperarse. Pese a su escasa ayuda, siempre es mejor adentrarse acompañado a lo desconocido. Las gotas de agua caían del techo martilleando el suelo con su tétrico resonar. El ruido volvió a escucharse
- ¿Estás seguro de querer adentrarte en las profundidades de esta cueva?
- No…Cada vez menos
- ¿Tenemos otra alternativa?
- Esperar y desear que no se percate de nuestra presencia.
Deje de andar, a veces en la simpleza esta la solución a nuestros problemas. Sin ningún dato sobre este lugar donde estábamos, lo más sensato era dejar transcurrir las horas. Al amanecer nos iríamos como si nada hubiese sucedido regresando sobre nuestros pasos. Me encargue del primer turno de vigilancia por motivos evidentes. Mi acompañante, demasiado fatigado para aguantar una noche en vela, necesitaba descansar. 
Se recostó en el suelo, sin nada con lo que arroparse, el frio le provoco temblores. Busqué por los alrededores algo con lo que cubrir su cuerpo, desgraciadamente no encontré nada útil. Regrese, encontré a mi acompañante dormido plácidamente en el lugar donde le deje antes de partir. Aproveche su descanso para saciar mis incertidumbres, adentrándome en la cueva, un hedor a podredumbre atosigo mi nariz, provenía del fondo de la cueva. No logro atemorizarme, continúe avanzando decidido a descubrir su procedencia.

Carlos Flores Muñoz

jueves, 1 de junio de 2017

Hechicero


Examine el pergamino una vez más.
- Bola de fuego
Tanto tiempo tras el hechizo, años para conseguir la destreza necesaria.
- ¿Por qué me detengo precisamente ahora?
Roce con mis dedos el fino trazo de la escritura, el tacto del papiro en mis manos, tantas sensaciones que se irían si lo usaba. Con meticulosidad, un hechicero grabo las palabras necesarias en este papiro mucho tiempo atrás. Tanto trabajo distaba de ser perfecto, el gran inconveniente de los pergaminos es su durabilidad. Un solo uso basta para lograr que desaparezca de mis manos. Sin libro de hechizos donde transcribirlo, solo disponía de una oportunidad. Dudas, muchas, ante la pérdida de un objeto tan preciado para mí, es lo que obtuve.
Aloje el pergamino en su residencia habitual. Un cilindro, fabricado en madera, preparado para tales menesteres. Mi maestro entro en la habitación, observándome no tardo demasiado en calarme a pesar de mis esfuerzos. Aproximándose a mí, poso su mano en mi hombro, note el calor de sus dedos, con gesto afable me pregunto:
- Algo te preocupa ¿Quieres que hablemos?
- Maestro, gracias por tu preocupación
- No es nada que no pueda solucionar por mí mismo.
- No sabes mentir. Si cambias de opinión ya sabes dónde encontrarme.
El silencio nos acompañó. Mi mentor capto la indirecta, con rostro preocupado abandono la habitación. Cuando la soledad fue mi compañera, chasquee los dedos, una pequeña chispa, un destello mágico surgió de ellos. Tener potencial y no saber cómo utilizarlo. Mi maestro nunca entendió de tales preocupaciones. Menos aun de mi afán de conocimientos y su nulidad para satisfacerlos. La escuela prohibía el uso de pergaminos a los alumnos inexpertos, hoy decidí saltarme sus normas y descubrir las cosas por mí mismo. 
Examine los ingredientes sobre la mesa, una pequeña bola de guano de murciélago y polvo de azufre. Desplegué el pergamino sobre la mesa, agarré ambos ingredientes con la mano, aferrándolos con fuerza. Leí las palabras, al ritmo de mi voz, las letras del pergamino comenzaron a brillar emanando la esencia mágica de su creador. Un aura naranja surgió de mi mano derecha. El deseo de mi voluntad se manifestó, extendí la palma de mi mano, un punto anaranjado emergió, creciendo a deseo de mi voluntad. Brillo en plenitud unos minutos antes de consumirse. Sonreí satisfecho mientras el pergamino se transformaba en cenizas. Todas las bellas historias tienen un principio y un final.

Carlos Flores Muñoz