viernes, 23 de noviembre de 2018

Contra el muro.


La luz de la linterna nos ayudó a no tropezar. El camino, oscuro y lleno de obstáculos se mostró frente al haz de luz. Nadie a nuestro alrededor. Desconocía la causa del crujido. Los nervios se apoderaban de mí y el silencio de la noche no me reconfortaba. Sergio aparto unas ramas despejando el camino. Observe el musgo adherido a los árboles. Avanzábamos dirección norte. Volvimos a escuchar aquel sonido. Nos detuvimos para observar la explosión. Afortunadamente estábamos lejos. La deflagración fue grande y produjo un incendio.
Los animales, espantados huían en cualquier dirección. La curiosidad, mala consejera, nos obligó a cambiar de dirección. El fuego, aparentemente controlado se extinguía. El aroma de tierra y madera quemada comenzó a fluir con más fuerza. Una comadreja paso frente a nosotros. Fatigados alcanzamos nuestro objetivo. Un edificio en llamas se erguía buscando el cobijo de un cielo inalcanzable. Uno de los muros, derruido por completo abría camino a su interior. Las paredes requemadas todavía conservaban parte del calor.
Nos separamos dispuestos a saciar nuestra curiosidad. Examine la edificación, buscando la causa de semejante incendio. No logre encontrarla. Los muebles habían sido reducidos a cenizas y apenas quedaba nada en pie. Mi expresión cambio radicalmente cuando encontré trozos de carne humana entre los escombros. ¿Había gente aquí?
Asustado, retrocedí sobre mis pasos, buscando la salida. Encontré algo bastante diferente de lo que buscaba. Cuatro soldados bloqueaban mi camino. El cuerpo de mi compañero yacía muerto en el suelo. Desarmado y sin muchas opciones, cargue con todo lo que tenía contra ellos, no fue una buena decisión. Uno de ellos disparo su arma dándome en el gemelo, caí malherido, la sangre comenzó a manar del disparo, eso no me impediría avanzar. Un nuevo disparo, el sonido de la bala penetrando mi brazo derecho me hizo caer nuevamente. sin más opciones que las de un hombre que sabe va a morir continúe avanzando. La siguiente bala fue directa a mi cabeza. Una pregunta a medias es todo lo que me quedo antes de que llegase la negrura.

Carlos Flores Muñoz

viernes, 19 de octubre de 2018

La busqueda.



La noche, silenciosa compañera, me acompaño una vez más, Abandone la seguridad de mi hogar para explorar la cueva, esa dichosa cueva que me obsesionaba día y noche. Algunas veces, una voz, susurraba en mi cabeza, recordándomelo. Decidí que esta noche, resolvería algunos asuntos pendientes. Extraje una antorcha de mi mochila y la encendí. El fulgor de la llama, ilumino mis pasos mientras avanzaba. Varios murciélagos salieron a recibirme, propinándome un buen susto. Proseguí hacia delante, de vez en cuando miré atrás, calculando los pasos hacia la salida. La cueva era de piedra negra, húmeda y maltratada por los años, la vegetación obstaculizaba el paso justo frente a mí, nada que un poco de trabajo no pudiese solucionar. Con un machete, desbrocé lo mejor que pude la zona antes de proseguir. Un poco más adelante, la cavidad se estrechó, obligándome a tumbarme y continuar arrastrándome. Con más pena que gloria supere el obstáculo. Me limpie el sudor, Levante la antorcha para encontrarme una nueva bifurcación. El camino de la izquierda se sumía en la oscuridad. En la derecha una luz vislumbraba algo de esperanza al final del túnel. Una decisión complicada. 
Escuche el sonido de pasos tras de mí. Una luz iluminaba el túnel impidiéndome regresar. Decidí aventurarme en la oscuridad. Ahí tendría al menos una posibilidad de ocultarme. La piedra se tornó más resbaladiza, mientras avanzaba casi me escurro en un par de ocasiones. Al final del trayecto, encontré la tumba, el mausoleo del gran nigromante. Abrí la tumba. Su cuerpo reposaba descompuesto y en sus manos el objeto que ansiaba, el LIBER MORTIS. El gran libro donde encontraría los secretos de las antiguas artes de la Nigromancia. 
Mi llave a un nuevo mundo de posibilidades...


Carlos Flores Muñoz

viernes, 21 de septiembre de 2018

Divagando



La tarde era oscura, como tantas. El viaje, largo y tedioso concluyo por hoy. Esta isla, con sus tormentas y temporales, despertó mi deseo aletargado de conocer otros lugares. Solo encontré arena y agua, Un vergel en medio del océano. 
Tras un arduo camino, llegue a mi destino. El acantilado y sus rocas me servirán de refugio. Palpe su firmeza con mi mano, antes de comenzar a trepar. Un crujido al trepar, me recordó que debía ser prudente. Tras varias horas alcance la cueva. Una inspección a primera vista logro hacerme sonreír. Comencé los preparativos para pasar la noche en este lugar. La oscuridad llego, acompañada por una nueva tormenta. Los rayos centelleaban iluminando el firmamento, las pesadillas regresaron mostrándome rostros que nunca creí volver a ver. Un pasado amargo que deje de lado. La lluvia cayó con fuerza mojando la tierra. Observe el paisaje, sintiendome liberada al estar bajo techo. 
Amaneció un nuevo día y continúe caminando, buscando algún rastro de civilización. Encontré una playa abandonada, observé la inmensidad del océano. Cruzarlo a nado era imposible. Esperar a un barco desesperaría al más valiente. Me desnude y tome un baño mientras me decidía. Disfrutar un poco no me hará ningún daño. Los días pasaban y me acostumbre a mi nueva vida. Y así un buen día, cuando menos lo pretendía, descubrí que todo depende de según se mire, que cuando se tiene nada, con poco eres feliz y que tal vez, nuestro mayor enemigo somos nosotros mismos.

 Carlos Flores Muñoz.

viernes, 14 de septiembre de 2018

Diario



Llego al salón y como casi siempre, no hay nadie. Reviso las tareas que tenía que hacer ayer mas no hice por pereza. Saco mi reproductor mp3 del bolsillo, me recuesto sobre el sofá y encasquetándome los auriculares, me dedico a lo que mejor se hacer. Normalmente tengo música con sentido, es decir, con letra y mensaje coherentes, no como lo que escuchan algunos jóvenes contemporáneos a mí. Diez minutos después escucho el sonido del timbre. Es mi amigo de turno, me levanto con los ojos cansados y le saludo como todos los días. 
El autobús tarda en aparecer, el tiempo se desvanece en un ir y venir, mi amigo me golpea en el hombro anunciándome su llegada, subo los escalones mientras un conductor con cara de mal humor me pasa el billete por la máquina. Quiero decir algo, pero se esfuma y simplemente tomo asiento junto a mi amigo. El traqueteo me pone nervioso, golpear un resalto es como sentir el golpe de un martillo sobre mis piernas, el viaje prosigue entre bache y bache hasta que suavemente el vehículo se detiene en la puerta del colegio. 
Rápidamente pasa ese lapso entre la entrada en el colegio y la llegada del maestro, cuando eso ocurre siempre tengo una mala disposición hacia la clase o por lo menos eso dicen de mí. La clase se torna un tanto aburrida, solamente tengo una salida a esta prisión mental, el dibujo, mi herramienta preferida para salir de este mundo. Comienzo a garabatear sobre un folio en blanco mientras el profesor continúo explicando su aburrida lección. 
En la mitad de mi obra maestra no puede faltar el personaje interesado en todo lo que yo hago, más conocido como “Sapo” que dice normalmente: 
- ¿Otra vez usted con sus dibujos? 
Yo como siempre hago caso omiso a este tipo de observaciones, al fin y al cabo, solo yo sé que dibujo y que hay en mi cabeza. 
Al terminar la clase salgo un momento al pasillo para alejarme del estrés. Me dirijo al balcón que hay enfrente del salón y solo miro la gente pasar, miles de cuerpos en constante movimiento, acelerados por la velocidad de este mundo en el que nos toca vivir. Veo el cielo tan distante y tan deseable, que irónico es que uno de mis grandes anhelos sea poder volar y no me atreva a realizarlo. 
Mis pensamientos comienzan a congelarse, olvido totalmente que estoy en el colegio, que me toca entrar al aula para que no me llamen la atención, que debo rendir académicamente para no defraudar a mi madre. Son muchas cosas, pero todas y cada una de ellas ya me dan igual, ya que solo me muevo por inercia. Mi cuerpo actúa como un robot y mi cerebro ya perdió completamente el control. 
El sonido inconfundible del timbre anunciaba el comienzo de la siguiente clase, la gente comenzó a regresar aglutinando los pasillos por un instante, con desgana regreso a mi pupitre y tomo asiento, un chaval vocifera a toda la clase mientras el profesor entra, la reprimenda que sobrevino a continuación fue descomunal, el chico amedrentado no volvió a emitir palabra. Ya reanudada la clase, sentado en este rígido puesto, noto que mi amigo no está, en pocas palabras andaré solo algunas horas. Gracias a su ausencia, miro al profesor hablar, pero sus palabras no hacen efecto en mí. Mi maldito “sexto sentido” me emite un anuncio, todos me miran en ese momento, como si tuviera algo que les llamara la atención. Odio esa sensación, mi cabeza empieza a recrearse con ideas macabras, mientras observa las miradas cortantes de los demás. Empiezo a sudar frio, quiero detenerlo, pero algo me impide actuar.. 
A veces dudo de lo que realmente soy, por más que lo pienso, todavía no sé si soy un paranoico que ve el mundo desde su único punto de vista o un introvertido que goza al sufrir. Reflexiono constantemente sobre mi propósito en la vida y siempre llego a la misma conclusión 
- ¿Qué carajos hago en este mundo? 
Luego de esa pequeña gran experiencia en el colegio, llego a mi casa. Este es mi lugar preferido. Pues puedo hacer lo que me venga en gana sin que nadie me critique. Y sin tener que rendir cuentas a nadie excepto a mis padres. Lo único malo de estar en casa es la rapidez con la que se esfuma el tiempo, tanto así que no me doy cuenta que ya son las 9:11 y aún no he terminado mis deberes. 
Pongo fin a mi diario por hoy, me voy a dormir, mi pobre cabeza pasa por su peor momento, el insomnio. Doy vueltas en la cama, mi tortura no tiene fin. Mis penas se hunden en la profundidad de la noche, solo me queda la demencia como solución a las preocupaciones. La distancia entre la locura y la cordura se vuelve cada vez más pequeña. Tanto que al final me doy por vencido y me dejo caer al precipicio. Y es en ese preciso momento en el que adopto la condición de raro, loco, de otro planeta, en pocas palabras: 
- Paso de mi estado normal a mi estado esquizofrénico.

Carlos Flores Muñoz

miércoles, 15 de agosto de 2018

La rueda




La rueda gira y gira sin detenerse. El día que lo haga la energía que sustenta la ciudad se desvanecerá y las consecuencias serán nefastas. Alienor, perteneciente a la casi extinta raza de los elfos, se encarga de vigilarla. Los tiempos han cambiado mucho, desde los días de gloria, cuando las razas convivían en harmonía. El odio y la envidia entre elfos y enanos poco a poco, creo una herida que nunca llego a cicatrizar. Las guerras comenzaron y hoy ambas razas observan en minoría, un mundo dominado por los humanos. El odio aún perdura, los escasos enanos que aún viven, se refugiaron en las profundidades de las montañas, nosotros, más afines con los espacios abiertos, nos alojamos en el bosque, a la sombra de los árboles. Los barbudos apenas molestan, los hombres son un caso diferente. Su curiosidad innata les adentra en nuestro territorio, acción que nos disgusta. Al principio, logramos expulsarles fácilmente. Poco a poco, aprendieron nuestros métodos, volviéndose astutos. Ellos eran más, obligándonos a reinventar nuestras tácticas, día tras día.
El filo de una daga sobre mi cuello, interrumpió mis divagaciones. Un brazo fuerte, aferro mi cuerpo impidiéndome moverme. Gire mi cuello, tratando de ver a mi enemigo. Se movió rápido, escondiendo su rostro, tras su capa. Por su anatomía, deduje que era uno de esos humanos. De las sombras, comenzaron a surgir figuras similares, rodeándome en cuestión de segundos. Uno de ellos, probablemente su líder, hizo un gesto. El grupo se dividió, algunos se quedaron aquí y el resto se dirigieron a “La rueda”. El miedo invadió mi cuerpo. Estas criaturas, no muestran ningún respeto por las tradiciones y los símbolos de poder antiguos. Nunca entenderán las consecuencias de sus actos, y el día que lo hagan será demasiado tarde para solucionarlo. De un empujón aparte a mi captor, liberándome y extraje mi espada. Mis adversarios adoptaron posición de combate. Detuve un golpe, de chiripa esquivé el siguiente. Ataque en ese instante, logrando clavar mi acero en el pecho de uno. Aún quedaban cinco. El numero marco la diferencia inevitablemente, incapaz de esquivar tanto golpe, lograron alcanzarme. La hoja de una espada golpeo mi pierna, desequilibrándome. Observé la herida, sangraba y dolía como mil demonios, distraído recibí un nuevo golpe. Observe la hoja de la espada sobresalir de mi vientre, antes de desvanecerme.
Desperté en un santuario elfo. Un clérigo se ocupa de mis heridas. Sin darme demasiados detalles sobre lo sucedido me dijo que la rueda se había detenido. Suspire, lamentándolo. Nuestros esfuerzos no lograron su recompensa. Esperanzado encontré algo de luz al final del túnel. Aún queda una posibilidad para la humanidad. No es demasiado tarde para restaurar el giro de la rueda. Intente incorporarme sin lograrlo. Llame a uno de los monjes intentando convencerle. Me aconsejo que durmiese. Y aquí sigo, esperando que alguien tome en serio a un elfo malherido, que lucha por evitar tan trágico destino.

Carlos Flores Muñoz

jueves, 26 de julio de 2018

Cualquier noche



Mi mano emergió de la tierra, apartándola mientras me incorporaba. Mis ojos desorientados vuelven a ver la luz después de algunos días bajo tierra. Mis recuerdos se aglutinan dentro de mi cabeza sin llegar a concretarse. Todo es una nube, hace varios días algo cambio mi vida para siempre y no logro recordarlo. Camino por las calles, habituándome a mi nueva condición. Amanece y el contacto con la luz del sol me lastima. Procuro evitarlo escondiéndome entre las sombras. Aletargado y hambriento me introduzco en una obra vacía, durmiendo hasta que anochece. La sed constante me despierta, es una sensación constante que no cesara hasta que me alimente con la sangre de los vivos.
Todo comenzó aquella noche. Mis recuerdos regresan aportándome algo de luz.  Salí de casa dispuesto a divertirme. Es sábado, la noche es joven y los bares permanecerán abiertos hasta tarde. Recorrí las calles con algunos colegas, emborrachando las penas. Entramos en un bar, un garito nuevo. La música nos agradó y decidimos quedarnos, Heavy metal y cerveza. Una oferta que no estábamos dispuestos a rechazar. Tomamos asiento y pedimos una ronda.
La camarera, una chica pelirroja, de carácter agradable y algo pálida nos la sirvió. Comenzamos a charlar y los minutos se transformaron en horas. La cogorza que agarramos fue de dimensiones considerables. Sin pretenderlo, salió el sol y ella nos obligó a marcharnos. La invite a venir a casa, después del cierre, rechazo mi oferta guiñándome el ojo.
- Otra noche guapo. Estoy muy cansada. 
Mi vida continua, aburrido de clases y trabajo, regresé al bar en cuanto tuve un rato libre. Ella atendía las mesas ocupada con sus labores y no me hizo ni caso. Tome asiento y espere mi turno. Ella me reconoció instantáneamente y se aproximó a mi mesa nada más verme. Su mano se posó sobre mi hombro, susurrando unas palabras en mis oídos. Necio de mí, dejé las copas y me dirigí a la parte trasera del bar siguiendo sus indicaciones. Ese fue el primero de mis errores. Ella me esperaba allí. Seductora como ninguna dispuesta a llevarse lo mejor de mí.
Abrazo mi cuerpo frotándolo con sus manos, calentándome y poniéndomela muy dura. Poco después ella descendió y me bajo los pantalones sacándome la polla y observándola con ganas. Comenzó a chupármela, sus labios subían y bajaban mientras se la tragaba entera, tan caliente estaba que me deje llevar por el momento, cerré los ojos y eyacule en su cara. Ella se rio mientras su rostro cambiaba mostrándome sus afilados colmillos. Con restos de semen en su rostro, se movió a velocidad sobrehumana, colocándose tras de mí, dispuesta a clavármelos. Inmediatamente sentí dos punzadas en mi cuello, frías y dolorosas. Abrí los ojos para verla aferrarse a mi cuerpo, impidiéndome moverme, mientras se alimentaba con mi sangre. Quien me diría que algún día conocería a una vampiresa. Perdí las fuerzas inevitablemente, poco después sentí un líquido gotear sobre mis labios e introducirse en mi boca, su sabor salado no me agrado. Todo se desvaneció minutos después.
Así comenzó todo, ahora lo recuerdo. Soy un vampiro. Una criatura de la noche. Mi creadora me abandono y estoy dispuesto a encontrarla. Necesito respuestas. Esta sed constante no termina. Por más sangre que bebo, siempre regresa. La vida eterna no es tan bella como la relatan. Mis colmillos y mi tez pálida delatan en lo que me transformo, una bestia carente de vida, que camina por las noches buscando la sangre de los vivos. 
Nunca podre perdonarle que me arrebatase mi humanidad, o gran parte de ello. Dentro de mí, cada día que pasa la lucha prosigue. La bestia vampírica que reside en mí, intenta dominar a mi parte humana. Intento imponer un criterio a mi modus operandi. Seleccionar de algún modo quien merece mi castigo. Nadie lo merece, más las ratas que encuentro no logran saciar mi sed y alimentarme con sangre humana no es una de mis prioridades. La batalla ha comenzado y ni yo mismo se cuándo finalizara.
- ¿Tal vez las leyendas sobre beber sangre de una virgen sean ciertas?
- ¿Tal vez la sangre de un antiguo será la solución?
- ¿Tal vez la sangre de un lupino logre saciarme?
- ¿Tal vez mi futuro es incierto?
Y pasan las noches, y mi búsqueda continua, nada cambia en esta lucha eterna, en un mundo de tinieblas donde nunca nada será lo mismo.


Carlos Flores Muñoz.

viernes, 6 de abril de 2018

Telaraña (Segundo Teaser)


Buenas noches cibernautas.
Aqui teneis el segundo teaser oficial de TELARAÑA, mi próxima novela. Todo un placer compartirlo con vosotr@s. ¿Aún no lo descargasteis? Aquí tenéis el link.

https://drive.google.com/file/d/1F9-dVSHlwgMoVS0ZaeFupc8y9rFQYxtm/view?usp=sharing



jueves, 22 de febrero de 2018

Los ojos del dragón


El sol brillaba en el horizonte, el hechicero observo la cueva. Tantos días de viaje al fin merecieron la pena. Allí residía Pyro, uno de los últimos dragones vivos del reino. Muchos intentaron de apropiarse de su tesoro resultaron infructuosos, los cuerpos calcinados frente a la cueva me mostraron por qué. Con solo una bocanada de su aliento sería capaz de fundir el hierro si se lo propusiese.
Observe mi vara, en mis manos esta cambiarlo. Los dragones son maestros en el uso de las artes arcanas y mis hechizos servirán de poco aquí. Percibo varias guardas que se activaran si utilizo mis poderes. Sigilosamente me aproxime a la cueva, observando a mi objetivo. Suspire aliviado al verlo dormir, acelere mis pasos y me introduje en el interior de la cavidad.
Tal vez la fortuna estaba de mi lado. No me vio. Me aproxime a la primera guarda arcana, desactivándola sin demasiada dificultad. La segunda de ellas, tampoco me resulto demasiado complicada. Solo quedaba una. La más problemática de todas, ya que se encontraba justo debajo del cuerpo del dragón. Desactivarla ni siquiera paso por mi mente. Colocado tras de él, realice unos símbolos arcanos. Solo dispondré de esta oportunidad. Concentro todas mis energías, canalizándolas hacia mis manos, mientras las palabras arcanas surgen de mis labios. En el preciso instante en que el rayo emergió, los ojos de Pyro se abrieron, con un simple gesto neutralizo mi hechizo. Nos observamos, mientras el terror se apropiaba de mi ser. Exhale un profundo grito antes de darme la vuelta y salir corriendo. Por algún motivo los demonios detrás de mi estaban de buen humor y me dejaron marchar.
Varios días después
En la torre del hechicero, una placida noche de estudio como cualquier otra. Permanezco en mis aposentos estudiando un nuevo tomo mágico. Contiene algunos hechizos que aún no logre descifrar. De repente un escalofrió recorre mi cuerpo. Percibo el sonido de algo que vuela alrededor y poco después un ojo, demasiado conocido, me observa desde mi ventana. No hace nada. Simplemente observe y aguarda el transcurso de los acontecimientos. Ambos sabemos lo que sucede. Nadie habla, nadie dice nada. Demasiadas preguntas sin respuesta.
Un brillo anaranjado, fuego, un final esperado. El dragón se marcha calcinando todo a su alrededor. Exhalo un jadeo mientras aparto las piedras sobre mí. Dolorido logro incorporarme y salgo de la habitación. Aún vivo, quemado, desfigurado y dolorido. El precio todavía no se ha pagado. La pesadilla ha comenzado.

Carlos Flores Muñoz.