miércoles, 15 de agosto de 2018

La rueda




La rueda gira y gira sin detenerse. El día que lo haga la energía que sustenta la ciudad se desvanecerá y las consecuencias serán nefastas. Alienor, perteneciente a la casi extinta raza de los elfos, se encarga de vigilarla. Los tiempos han cambiado mucho, desde los días de gloria, cuando las razas convivían en harmonía. El odio y la envidia entre elfos y enanos poco a poco, creo una herida que nunca llego a cicatrizar. Las guerras comenzaron y hoy ambas razas observan en minoría, un mundo dominado por los humanos. El odio aún perdura, los escasos enanos que aún viven, se refugiaron en las profundidades de las montañas, nosotros, más afines con los espacios abiertos, nos alojamos en el bosque, a la sombra de los árboles. Los barbudos apenas molestan, los hombres son un caso diferente. Su curiosidad innata les adentra en nuestro territorio, acción que nos disgusta. Al principio, logramos expulsarles fácilmente. Poco a poco, aprendieron nuestros métodos, volviéndose astutos. Ellos eran más, obligándonos a reinventar nuestras tácticas, día tras día.
El filo de una daga sobre mi cuello, interrumpió mis divagaciones. Un brazo fuerte, aferro mi cuerpo impidiéndome moverme. Gire mi cuello, tratando de ver a mi enemigo. Se movió rápido, escondiendo su rostro, tras su capa. Por su anatomía, deduje que era uno de esos humanos. De las sombras, comenzaron a surgir figuras similares, rodeándome en cuestión de segundos. Uno de ellos, probablemente su líder, hizo un gesto. El grupo se dividió, algunos se quedaron aquí y el resto se dirigieron a “La rueda”. El miedo invadió mi cuerpo. Estas criaturas, no muestran ningún respeto por las tradiciones y los símbolos de poder antiguos. Nunca entenderán las consecuencias de sus actos, y el día que lo hagan será demasiado tarde para solucionarlo. De un empujón aparte a mi captor, liberándome y extraje mi espada. Mis adversarios adoptaron posición de combate. Detuve un golpe, de chiripa esquivé el siguiente. Ataque en ese instante, logrando clavar mi acero en el pecho de uno. Aún quedaban cinco. El numero marco la diferencia inevitablemente, incapaz de esquivar tanto golpe, lograron alcanzarme. La hoja de una espada golpeo mi pierna, desequilibrándome. Observé la herida, sangraba y dolía como mil demonios, distraído recibí un nuevo golpe. Observe la hoja de la espada sobresalir de mi vientre, antes de desvanecerme.
Desperté en un santuario elfo. Un clérigo se ocupa de mis heridas. Sin darme demasiados detalles sobre lo sucedido me dijo que la rueda se había detenido. Suspire, lamentándolo. Nuestros esfuerzos no lograron su recompensa. Esperanzado encontré algo de luz al final del túnel. Aún queda una posibilidad para la humanidad. No es demasiado tarde para restaurar el giro de la rueda. Intente incorporarme sin lograrlo. Llame a uno de los monjes intentando convencerle. Me aconsejo que durmiese. Y aquí sigo, esperando que alguien tome en serio a un elfo malherido, que lucha por evitar tan trágico destino.

Carlos Flores Muñoz

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