viernes, 21 de septiembre de 2018

Divagando



La tarde era oscura, como tantas. El viaje, largo y tedioso concluyo por hoy. Esta isla, con sus tormentas y temporales, despertó mi deseo aletargado de conocer otros lugares. Solo encontré arena y agua, Un vergel en medio del océano. 
Tras un arduo camino, llegue a mi destino. El acantilado y sus rocas me servirán de refugio. Palpe su firmeza con mi mano, antes de comenzar a trepar. Un crujido al trepar, me recordó que debía ser prudente. Tras varias horas alcance la cueva. Una inspección a primera vista logro hacerme sonreír. Comencé los preparativos para pasar la noche en este lugar. La oscuridad llego, acompañada por una nueva tormenta. Los rayos centelleaban iluminando el firmamento, las pesadillas regresaron mostrándome rostros que nunca creí volver a ver. Un pasado amargo que deje de lado. La lluvia cayó con fuerza mojando la tierra. Observe el paisaje, sintiendome liberada al estar bajo techo. 
Amaneció un nuevo día y continúe caminando, buscando algún rastro de civilización. Encontré una playa abandonada, observé la inmensidad del océano. Cruzarlo a nado era imposible. Esperar a un barco desesperaría al más valiente. Me desnude y tome un baño mientras me decidía. Disfrutar un poco no me hará ningún daño. Los días pasaban y me acostumbre a mi nueva vida. Y así un buen día, cuando menos lo pretendía, descubrí que todo depende de según se mire, que cuando se tiene nada, con poco eres feliz y que tal vez, nuestro mayor enemigo somos nosotros mismos.

 Carlos Flores Muñoz.

viernes, 14 de septiembre de 2018

Diario



Llego al salón y como casi siempre, no hay nadie. Reviso las tareas que tenía que hacer ayer mas no hice por pereza. Saco mi reproductor mp3 del bolsillo, me recuesto sobre el sofá y encasquetándome los auriculares, me dedico a lo que mejor se hacer. Normalmente tengo música con sentido, es decir, con letra y mensaje coherentes, no como lo que escuchan algunos jóvenes contemporáneos a mí. Diez minutos después escucho el sonido del timbre. Es mi amigo de turno, me levanto con los ojos cansados y le saludo como todos los días. 
El autobús tarda en aparecer, el tiempo se desvanece en un ir y venir, mi amigo me golpea en el hombro anunciándome su llegada, subo los escalones mientras un conductor con cara de mal humor me pasa el billete por la máquina. Quiero decir algo, pero se esfuma y simplemente tomo asiento junto a mi amigo. El traqueteo me pone nervioso, golpear un resalto es como sentir el golpe de un martillo sobre mis piernas, el viaje prosigue entre bache y bache hasta que suavemente el vehículo se detiene en la puerta del colegio. 
Rápidamente pasa ese lapso entre la entrada en el colegio y la llegada del maestro, cuando eso ocurre siempre tengo una mala disposición hacia la clase o por lo menos eso dicen de mí. La clase se torna un tanto aburrida, solamente tengo una salida a esta prisión mental, el dibujo, mi herramienta preferida para salir de este mundo. Comienzo a garabatear sobre un folio en blanco mientras el profesor continúo explicando su aburrida lección. 
En la mitad de mi obra maestra no puede faltar el personaje interesado en todo lo que yo hago, más conocido como “Sapo” que dice normalmente: 
- ¿Otra vez usted con sus dibujos? 
Yo como siempre hago caso omiso a este tipo de observaciones, al fin y al cabo, solo yo sé que dibujo y que hay en mi cabeza. 
Al terminar la clase salgo un momento al pasillo para alejarme del estrés. Me dirijo al balcón que hay enfrente del salón y solo miro la gente pasar, miles de cuerpos en constante movimiento, acelerados por la velocidad de este mundo en el que nos toca vivir. Veo el cielo tan distante y tan deseable, que irónico es que uno de mis grandes anhelos sea poder volar y no me atreva a realizarlo. 
Mis pensamientos comienzan a congelarse, olvido totalmente que estoy en el colegio, que me toca entrar al aula para que no me llamen la atención, que debo rendir académicamente para no defraudar a mi madre. Son muchas cosas, pero todas y cada una de ellas ya me dan igual, ya que solo me muevo por inercia. Mi cuerpo actúa como un robot y mi cerebro ya perdió completamente el control. 
El sonido inconfundible del timbre anunciaba el comienzo de la siguiente clase, la gente comenzó a regresar aglutinando los pasillos por un instante, con desgana regreso a mi pupitre y tomo asiento, un chaval vocifera a toda la clase mientras el profesor entra, la reprimenda que sobrevino a continuación fue descomunal, el chico amedrentado no volvió a emitir palabra. Ya reanudada la clase, sentado en este rígido puesto, noto que mi amigo no está, en pocas palabras andaré solo algunas horas. Gracias a su ausencia, miro al profesor hablar, pero sus palabras no hacen efecto en mí. Mi maldito “sexto sentido” me emite un anuncio, todos me miran en ese momento, como si tuviera algo que les llamara la atención. Odio esa sensación, mi cabeza empieza a recrearse con ideas macabras, mientras observa las miradas cortantes de los demás. Empiezo a sudar frio, quiero detenerlo, pero algo me impide actuar.. 
A veces dudo de lo que realmente soy, por más que lo pienso, todavía no sé si soy un paranoico que ve el mundo desde su único punto de vista o un introvertido que goza al sufrir. Reflexiono constantemente sobre mi propósito en la vida y siempre llego a la misma conclusión 
- ¿Qué carajos hago en este mundo? 
Luego de esa pequeña gran experiencia en el colegio, llego a mi casa. Este es mi lugar preferido. Pues puedo hacer lo que me venga en gana sin que nadie me critique. Y sin tener que rendir cuentas a nadie excepto a mis padres. Lo único malo de estar en casa es la rapidez con la que se esfuma el tiempo, tanto así que no me doy cuenta que ya son las 9:11 y aún no he terminado mis deberes. 
Pongo fin a mi diario por hoy, me voy a dormir, mi pobre cabeza pasa por su peor momento, el insomnio. Doy vueltas en la cama, mi tortura no tiene fin. Mis penas se hunden en la profundidad de la noche, solo me queda la demencia como solución a las preocupaciones. La distancia entre la locura y la cordura se vuelve cada vez más pequeña. Tanto que al final me doy por vencido y me dejo caer al precipicio. Y es en ese preciso momento en el que adopto la condición de raro, loco, de otro planeta, en pocas palabras: 
- Paso de mi estado normal a mi estado esquizofrénico.

Carlos Flores Muñoz