La noche, silenciosa compañera, me acompaño una vez más, Abandone la seguridad de mi hogar para explorar la cueva, esa dichosa cueva que me obsesionaba día y noche. Algunas veces, una voz, susurraba en mi cabeza, recordándomelo. Decidí que esta noche, resolvería algunos asuntos pendientes. Extraje una antorcha de mi mochila y la encendí. El fulgor de la llama, ilumino mis pasos mientras avanzaba. Varios murciélagos salieron a recibirme, propinándome un buen susto. Proseguí hacia delante, de vez en cuando miré atrás, calculando los pasos hacia la salida. La cueva era de piedra negra, húmeda y maltratada por los años, la vegetación obstaculizaba el paso justo frente a mí, nada que un poco de trabajo no pudiese solucionar. Con un machete, desbrocé lo mejor que pude la zona antes de proseguir. Un poco más adelante, la cavidad se estrechó, obligándome a tumbarme y continuar arrastrándome. Con más pena que gloria supere el obstáculo. Me limpie el sudor, Levante la antorcha para encontrarme una nueva bifurcación. El camino de la izquierda se sumía en la oscuridad. En la derecha una luz vislumbraba algo de esperanza al final del túnel. Una decisión complicada.
Escuche el sonido de pasos tras de mí. Una luz iluminaba el túnel impidiéndome regresar. Decidí aventurarme en la oscuridad. Ahí tendría al menos una posibilidad de ocultarme. La piedra se tornó más resbaladiza, mientras avanzaba casi me escurro en un par de ocasiones. Al final del trayecto, encontré la tumba, el mausoleo del gran nigromante. Abrí la tumba. Su cuerpo reposaba descompuesto y en sus manos el objeto que ansiaba, el LIBER MORTIS. El gran libro donde encontraría los secretos de las antiguas artes de la Nigromancia.
Mi llave a un nuevo mundo de posibilidades...
Carlos Flores Muñoz
